Hoy inauguro «sección», ya que a partir de ahora reseñaré películas poniéndole una calificación al final del texto, como vengo haciendo con los cómics en mi otro blog. Y qué mejor película para empezar que el mejor estreno en lo que llevamos de año: Inception (Origen según la distribuidora española). Prefiero mantener el título original, entre otras cosas porque la traducción no recoge la sutileza del mismo, una palabra inglesa a medio camino entre «comienzo» y «creación», que cobra todo su significado a lo largo del metraje de la película.
Debéis saber dos cosas antes de leer esta reseña: Inception es una película mimética y versátil, difícil de encasillar en un solo género, y además es complicado hablar de ella sin desvelar datos trascendentes de la trama. Pero creo que podré evitar cualquier ‘espoiler’ relevante.
Nos encontramos, por tanto, ante un relato de ciencia ficción que nos sitúa ¿en el futuro?, o en un futuro próximo, o en una realidad ligeramente distinta, en la que se ha desarrollado una tecnología que permite a los seres humanos entrar en trance y compartir sueños. Literalmente. Sumidos en un sueño inducido mediante drogas, una de las personas conectadas se convierte en el «sujeto», la persona cuyo subconsciente sirve de anfitrión, y los demás penetran en este sueño ajeno y habitan esta realidad onírica, muy similar a nuestra realidad… pero con sus propias reglas, las que impone «el sujeto».
Como es lógico, pronto aparecen personas dispuestas a aprovecharse de esta tecnología, y una de ellas es Cobb (Leonardo di Caprio), un «ladrón onírico» (o «extractor» en el argot del film) especializado en penetrar en el sueño de otras personas y sustraer de su subconciente información importante y valiosa, información que vale mucho dinero, información que, en algunos casos, ni siquiera el sujeto es consciente de poseer. Nótese que usar el término «sujeto» para denominar a la persona que «pone el escenario», el individuo cuyo sueño se habita, es todo un acierto narrativo, ya que no hay nada más «subjetivo» que el sueño de una persona, la expresión pura de su subconsciente.
A partir de aquí, y para evitar espoilers, os debe bastar con saber que Cobb, junto con sus colaboradores habituales, se ve obligado a aceptar un trabajo en el que debe asaltar el subconsciente de un individuo, pero no para realizar su habitual trabajo de extracción de información, sino algo más complejo y peligroso.
De entrada, esta descripción del argumento deja claro que no nos encontramos en un thriller al uso. De hecho, nunca antes habíamos visto algo como Inception, lo más parecido que se me viene a la cabeza es The Matrix, aunque esta última presentaba un mundo menos enrevesado y más comprensible a todos los niveles. La nueva vuelta de tuerca de Chris Nolan es un film a medio camino entre la complejidad argumental y narrativa de Memento y la espectacularidad y contundencia de Batman Dark Knight, pero probablemente mejor que ambas. Una auténtica maravilla en la que el director mantiene un sabio equilibrio entre su personal universo, enamorado de las matrioskis narrativas, y el pulso que debe tener una superproducción dirigida al gran público.
Y es que ante la compleja obra de ingeniería creativa que esboza el guión del propio Nolan, el director logra lo más difícil: que una vez el relato se pone en pie en pantalla, el espectador no se pierda en un laberinto narrativo. En ningún momento a la historia «se le va la olla», consigue que, pese a su retorcida arquitectura, nos mantengamos pegados al relato y comprendamos lo que pasa en pantalla. Se trata de un universo fantástico, lleno de matices y con su propia lógica interna, pero no hace trampas, no se nos pide que nos traguemos algo «porque sí», sino que se mantiene fiel a las leyes del universo subconciente que el director/guionista ha ideado y consigue que compartamos esas reglas de juego.
En este sentido, Inception es la película más inteligente e innovadora que he visto en muchos años, y para colmo funciona como entretenimiento puro y duro; un trabajo que, para el que suscribe, coloca a Chris Nolan como el mejor director «comercial» del momento. Hacía años que en Hollywood nadie demostraba este talento en estado puro, llevamos mucho tiempo tragándonos guiones mediocres y cliché tras cliché, a menudo revestidos de un aparatoso traje de seda (sí, me refiero por ejemplo a Avatar). Así que, por favor, que le den a este hombre dinero para hacer lo que quiera.
La velada la redondea un reparto soberbio, en cuyas espaldas recae la responsabilidad de hacer creíbles a unos personajes que viven entre mundos, mercenarios que trafican con un cargamento tan improbable como el subconsciente ajeno. Y Leonardo di Caprio, un actor sobresaliente e inteligente, que podría haberse conformado con su papel de chico guapo y, sin embargo, se ha arriesgado con personajes más y más difíciles hasta labrarse un nombre como intérprete, no como galán. Su tino a la hora de elegir proyectos ha llegado hasta tal punto, que ir a ver una peli protagonizada por él es garantía de calidad. No ya por su interpretación, sino por su buen paladar para elegir cine con clase. Di Caprio borda un personaje que vive con el miedo permanente de no despertar nunca, o mejor dicho, de creer que está despierto cuando en realidad aún sueña; y que debe convivir con un sentimiento de culpabilidad que corroe su mente con pesadillas. Y si enfrentarte a tus pesadillas siempre es un problema, imaginaos lo que puede ser cuando te mueves entre sueños.
Todo este complejo armazón narrativo esta apuntalado por la soberbia banda sonora de Hans Zimmer, que firma una partitura muy distinta a lo que nos tiene habituado: renuncia a crear melodías simbólicas y fáciles de retener, como en sus trabajos más representativos (Rain Man, Gladiator o Piratas del Caribe), y apuesta por una BSO casi incidental, totalmente al servicio del relato, que busca por encima de todo inducir un estado de ánimo en el espectador. Y a fe que lo consigue. Hablando con amigos que entienden de esto más que yo, me encuentro con que este trabajo de Zimmer no ha convencido como otros, y llego a la conclusión de que es muy diferente escuchar la desasosegante partitura del alemán sin conocer su contexto, sin tener el referente de las escenas para las que han sido escritas. Una vez se comprueba cómo la música encaja con el relato hasta mimetizarse con él, convierte su posterior audición en casa en un elegante ejercicio de evocación del que es difícil abstraerse.
Concluyo. Inception es una película asombrosa, nos ofrece un mundo complejo y cargado de posibilidades, derrocha riqueza imaginativa y está rodada de forma brillante, arrastrando al espectador por una montaña rusa onírica que nos deja pegados al asiento y sin aliento. Una genialidad como difícilmente veremos otra en la próxima década. 10